Paulatinamente mi corazón vuelve. Está lejos, regresa des del Norte de Antártida, congelado pero ya cicatrizado. Y poco a poco se introduce en mi ser desde un suspiro por la boca, uno largo y pesado. Va bajando, podrido y marchitado, hasta colocarse en su lugar. No bombardea, está inerte. Aun así lo intenta, un latido cada cien quilómetros pensados. Pero entonces hay un milagro, su beso, que me alcanza por sorpresa haciendo florecerle una flor, muy pequeña pero con un sentir profundo.

Ya no estoy muerta, he renacido otra vez.


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