Ojeras y rostro demacrado.
Dos quilos de más y un vestido encogido.
Se acojona por verte partir y, aún así, ella sigue allí.
Cagándose en un váter ajeno,
con las bragas al suelo
y el corazón al cielo.
Ve pasar la vida mirando por la ventana de la cafetería;
hay mucha gente en la lejanía.
Es de noche y el amanecer se acerca.
Y luego de dormirse en la madrugada,
retoma su jugada por la mañana.
Y entra en un bucle sin salida;
ha entrado, otra vez, en la rutina.
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