Y era un día nublado, frío. Estaba en invierno y, ella, se lo pasó mordiéndose las uñas mientras intentaba concentrarse en el trabajo. No podía, estaba ausente, y absorta en otra vida.
En otro mundo.
No sabía, tampoco entendía, porqué las cosas sucedían de una manera y no de otra. Pero lo de ella, sucedió de una manera espontánea. Y es que se lo contó, así como quien no sabe muy bien uno lo que hace. Luego, se sintió serena, y un poco libre, pues lo había contado otra vez. Se sintió bien. Y aquello era lo que deseaba a cada instante: sentirse bien.
Salió a la calle y anduvo con un rumbo definido. Sabía hacia donde se dirigía, también cómo. Un sentimiento de paz inexplicable e incontrolable, que se expandía cada vez más hasta explotar. Porque los sentimientos eran así, bombas explosivas.
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