Y qué vas a saber de una flor marchita,
y de una flor medio florecida.
Qué vas a saber de una flor disecada,
y de la aplastada.
Así es como yo denomino a los corazones.
El cielo, azul, brillaba. No se arrepentía de como resplandecía a la luz del sol, porque era celeste y muy vivo. Allá mismo había un ramo de flores encima de una mesa. Disecadas ellas, desalmadas sus almas. Era un bonito atardecer. Libre, y solo. Demasiado, intenso.
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