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  • La margarita

    Me apetece, ¿Cómo decirlo? Caerme y quedarme para siempre, siendo eterna, en ese hueco mío. Hacerme ovillo, detenerme y no salir jamás. Sí, que la tierra me ahogue en ella para después convertirme en estrella. Jamás regresar a mi antiguo hábitat. Voy, así, tan cansada, con mis ojeras y llena de goteras, que ya dudo de si podré seguir. Tengo la capacidad, que parece inédita, de sangrar y llorar y de sacarme las heridas con no sé qué, que me vayan saliendo más astillas. ¿Tanto se aprecia mi «cansancio emocional»? Quise quedarme, en un pasado raro; mi yo del pasado. Ni poético ni tampoco real, simplemente me fui desdibujando en formato superficial. De golpe y soplido o susurro amargo, me manda la tristeza y se me sueltan, tan secas, unas cuantas lágrimas disecadas. Ahora me aprietan algunas costillas, ¿Serán las espinas? Creí que florecía…, a veces me siento margarita, así, pequeña, desnuda y quieta, que solo se mueve al vaivén del viento. Y vuela y vuela y allá se queda.

  • Echarse las riendas

    La vida va que vuela, la muerte se acelera, mi querida amiga se ausenta al ver mi mirada preocupada, con algo de alma y un llanto no tan seco, que parece inédito. No es que me quiera morir, es que, perdóname por el pretexto…, ya vivo muerta. ¿Me querían vívida, ardiente, candente? Pues aquí estoy, así voy: siendo la inmortal con una pizca de moral y la sonrisa torcida ya sin sal. Que me parece perfecto si la desgracia se apellida con algo de gracia. Quizás con suspicacia se arranca de una peripecia y deja de dar volteretas, pero, oye, que yo termino aquí mi trayecto. Sí, me retiro, me aparto, culmino. Que me alejo de la quietud, de esa rara lentitud. ¿Me explico? Sobrará a raudales la teoría, se saldrá por las orejas. ¿Qué queda? La piedra pesada y enturbiada que no anda. ¿Ya he dicho que me estoy moviendo en este gerundio que va doliendo? Va, la patata, latiendo, quemándose a fuego muy lento, aunque eterno. Tengo, desde hace daños, un montón de milagros incompletos. Además, mis pestañas se me van cayendo al son del vaivén del tiempo. Pasarán los años, pero mis pies intentan con algo de impulso caminar. Resulta que van saltando y, tan alto, que luego aterrizan desde aquel precipicio vacío -el mío, negrísimo- que acaban desencajados, en blanco, porque el posteriori, que es el acto seguido, consiste en desconocer, en no saber ni tampoco poder colocarlos, encaminados uno detrás de otro. ¿Izquierda, derecha, era? ¿O hacer las maletas y dar media vuelta o pirueta? Quizás, pasar las cuentas con una misma para echar las riendas y, finalmente, derrapar en la risa floja que aflora mientras se sonroja la alegría tonta.

  • La infinita

    Necesito aclararme las ideas y, tanto, que resulta que todo está ya demasiado claro, ¿O no? En este anochecer la luna está ausente, aunque candente. Quiere, anhela, se aprecia las heridas. Parecía mentira, mi mente ennegrecida y, yo, muy viva. Ahora está enredada con la tuya. Sucede que la vida pasa, que las colillas se incendiaron, que el fuego arde. Tiempo atrás le temía a ese hechizo, pero es que la magia ha hecho de las suyas: ha estallado. ¿Sabes qué? Que me duelen los ojos de lo secos que van, que me siento cansada del qué dirán y, además, ese cansancio emocional no se va, sino que se aprecia cada vez más. Paulatinamente la fe que se descolgaba enturbiada, pues nada, que se está hinchando la octava maravilla mientras ella brilla, pícara, y se sonroja porque con orgullo nos mira.