Categoría: Blog

Your blog category

  • Echarse las riendas

    Echarse las riendas

    La vida va que vuela, la muerte se acelera, mi querida amiga se ausenta al ver mi mirada preocupada, con algo de alma y un llanto no tan seco, que parece inédito. No es que me quiera morir, es que, perdóname por el pretexto…, ya vivo muerta. ¿Me querían vívida, ardiente, candente? Pues aquí estoy, así voy: siendo la inmortal con una pizca de moral y la sonrisa torcida ya sin sal. Que me parece perfecto si la desgracia se apellida con algo de gracia. Quizás con suspicacia se arranca de una peripecia y deja de dar volteretas, pero, oye, que yo termino aquí mi trayecto. Sí, me retiro, me aparto, culmino. Que me alejo de la quietud, de esa rara lentitud. ¿Me explico? Sobrará a raudales la teoría, se saldrá por las orejas. ¿Qué queda? La piedra pesada y enturbiada que no anda. ¿Ya he dicho que me estoy moviendo en este gerundio que va doliendo? Va, la patata, latiendo, quemándose a fuego muy lento, aunque eterno. Tengo, desde hace daños, un montón de milagros incompletos. Además, mis pestañas se me van cayendo al son del vaivén del tiempo. Pasarán los años, pero mis pies intentan con algo de impulso caminar. Resulta que van saltando y, tan alto, que luego aterrizan desde aquel precipicio vacío -el mío, negrísimo- que acaban desencajados, en blanco, porque el posteriori, que es el acto seguido, consiste en desconocer, en no saber ni tampoco poder colocarlos, encaminados uno detrás de otro. ¿Izquierda, derecha, era? ¿O hacer las maletas y dar media vuelta o pirueta? Quizás, pasar las cuentas con una misma para echar las riendas y, finalmente, derrapar en la risa floja que aflora mientras se sonroja la alegría tonta.

  • La infinita

    La infinita

    Necesito aclararme las ideas y, tanto, que resulta que todo está ya demasiado claro, ¿O no? En este anochecer la luna está ausente, aunque candente. Quiere, anhela, se aprecia las heridas. Parecía mentira, mi mente ennegrecida y, yo, muy viva. Ahora está enredada con la tuya. Sucede que la vida pasa, que las colillas se incendiaron, que el fuego arde. Tiempo atrás le temía a ese hechizo, pero es que la magia ha hecho de las suyas: ha estallado. ¿Sabes qué? Que me duelen los ojos de lo secos que van, que me siento cansada del qué dirán y, además, ese cansancio emocional no se va, sino que se aprecia cada vez más. Paulatinamente la fe que se descolgaba enturbiada, pues nada, que se está hinchando la octava maravilla mientras ella brilla, pícara, y se sonroja porque con orgullo nos mira.

  • Estamos brillando

    Estamos brillando

    Vaya miércoles tan triste, está decaído, así, descolorido. Aunque sin querer voy y me pinto cuando escucho mediante tu playlist lo mucho que me quisiste y me quieres. ¿Que dices que estás colgando en mis manos? Que te susurro, que soy yo la idiota que se cuelga por y también para ti. Que volarás, cantas. ¿De qué? ¿Cuándo saldremos, ambos, a bailar? Porque si te observo me quiero quedar, ya que tu mirada azucarada, de una mezcla de tonalidades otoñales, me grita felizmente anhelante, que aún me quiere. Y que se quiere estacionar, aquí, a mi lado. Aunque tengo una pequeñísima duda: ¿Cuándo es el «momento adecuado»? Porque yo voy y, si te apetece, me lanzo ya, ¿Sabes? Me uno, me ato a tu andar y, así, caminamos juntos. Incluso arrasamos, porque lo haremos. Ambos lo sabemos, si solo con vernos nos sonreímos contentos. Entre las ambigüedades, las ironías y, sobretodo, las corazonadas, ya nos podemos despedir con calma de este mundo terrenal. Porque nosotros estamos hechos de otro sabor, de un olor espectacular. Lo vamos a lograr, así que… Vayámonos a brillar a otro espacio estelar. Me quiero quedar.

  • Te quiero

    Te quiero

    Sin nada que temer, con la mente por las nubes, ya menos grisáceas… Llevo en las pestañas -caídas algunas-, mis deseos, entre todos ellos, tú. He soplado varias veces, cerrando mis ojos y abriendo las alas porque sé que vamos a arrasar, que iremos a volar en el más allá. Aunque aún residen amargas desilusiones a conjunto con las frustraciones. Unas tres, diría yo. El caso está hecho, zanjado, porque sea como sea nos estamos queriendo en este gerundio sempiterno. Narro, (me describo), desde otra perspectiva, desde el cuadro casi colorido. Faltaría pintarlo un poco más, sanarle las pinceladas más oscurecidas, las ennegrecidas. Para eso estamos ambos, ¿O no? Me ilusionaste con razón, picardía y bastante sabiduría. A pesar del quemazón en mi corazón, que ya va sanando al son de su sangrado, por favor, querido mío, no me fastidies. Déjate de sandeces, ambigüedades, perdices y finales felices, y ven, que te estoy esperando. Quizás perdure ese agarre unos días más, pero si te quedas atraś, sin querer y con mucho impulso, me precipitaré. Entonces serás tú el fastidiado, y yo diré «la fastidié». ¿Será un septiembre largo? Sólo quiero precisar, concretar, y dejar de ahogar las penas en este lago estancado. Me apetece abrirme al mar, mi verdadero hogar, porque sé que tú serás real en un futuro no muy lejano. Déjame susurrarte ese «Te quiero» en tu oreja izquierda para que luego las rosas florezcan, para que sonríamos sonrojándonos al son de ambos corazones, al unísono de nuestro amor mutuo, tan sano, leal y fiel, que brilla con solo el acto de pensarnos al mismo tiempo eterno y tan hechicero que voy y otra vez te quiero, te quiero, te quiero, te quiero, te quiero, te quiero, te quiero y te quiero.

  • La luna siendo eterna

    La luna siendo eterna

    Pues siguiendo con la trama lineal, ¿Cómo decirlo? ¿Cómo expresarlo después de haberlo escupido más de treinta veces? Que ya no te quiero, tampoco te aprecio porque me dueles, me raspas, me quiebras las costillas: mis pulmones me asfixian. Es todo tu culpa. El hecho consiste en despedirse, aunque ya lo hice en distintas ocasiones. El problema es que lo expresé siempre desde la misma forma y hasta que no rompa la norma, hasta que no me mueva, hasta que no avance o, al menos, mueva mis talones, jamás podré subirme en mis propios tacones. Y, sin querer, con mucho vaivén, me cuestiono: ¿Cuándo será el momento adecuado? ¿Acaso existe uno? Voy, vengo, vuelvo, me vuelco y regreso al inicio, porque después de un mísero año sigo presa en la peripecia. Tiempo atrás era sencillo el acto de pegarse tres tiros para caerse una muerta. Ahora, resulta que te estoy queriendo. Me regaste día a día la semilla actualmente recién florecida. Ya no soy la chica que a priori parecía una niñita. Soy la mujer querida por ella misma, y por ti. El pequeño inciso es el monstruo, que no viene ni de la ventana ni sale por debajo de mi cama. Cierto, me he convertido en la fuerte. ¿Para qué servirá? Te hablo del villano, del malo, de aquel que te ahoga en su maldita oscuridad y te va hundiendo porque así lo va sintiendo, sin siquiera parecerse al hechicero. Es un maldito embrujo, así, vestido con su bata blanca y su barba aparentemente negra. El lobo más feroz de la manada se ha comido todas mis carcajadas. Suerte de la fe que parecía descolgarse, pero que se va abrochando los botones… la gabardina está llena de hilos ya cosidos. ¿Sabes qué significa? Que la luna convive menos sola, porque el sol está iluminándola, allá siempre, a la vuelta del amanecer. Y, ella, tan bella, va brillando entera convirtiéndose en eterna.

  • Enamoramiento hechicero

    Enamoramiento hechicero

    Las estrellas se descuelgan del cielo ennegrecido, resulta que se van cayendo mientras se deshacen. Se deshilachan. Ahora, de repente, de golpe y bombazo, o portazo, amanece ese latir tan intenso, pero yo sigo inerte. La luna allá brillando tan dentro de su soledad que ella misma se ahoga, se marchita. Cuando se mira, sin querer, en el reflejo del océano se percata de un simple suceso: siempre estará encadenada en ese enamoramiento hechicero. Parece algo eterno, tan sempiterno, demasiado efímero, pero es incapaz de desprenderse, así que se desvanece. De forma intrínseca está encarcelada. Es la cara de la ironía, de la patada, de la bala perdida; la mía. Ahora, sin querer, la metáfora de la loba solitaria danza enturbiada.

  • Vaya cuadro

    Vaya cuadro

    Las coletillas de los árboles se mueven al compás de las copas, cuyas chocan firmando la paz entre ambos, pero esta vez (dejé de calcular las casualidades) hemos sellado un «tú» y un «yo» separado, muy distanciado, zanjando, al fin, el comienzo; colocando, por fin, el punto final. ¿Qué estábamos tratando? ¿Cómo? Espejismo, espejismo rojísimo (y roto)…, ¿Quién es la más arpía de este cuento narrado del revés? Caí, conté…, un, dos, tres, y me pausé. Lloré varias veces. ¿Tanto me cristalicé? Me postergué materializando lo subjetivo. «De lo inédito ni me hables», le confesé al reflejo que tan muerto se quedó. Vaya por Dios, voy saltando párrafos de dos en dos y, de mientras, las raíces que están a rebosar de colillas ennegrecidas, deciden por ellas mismas, retirarse de la meta, porque está tan cerca, que les da pereza. La astucia, ¿Para qué? Si culmino rozando el larguero, y el arquero y el arco y el marco… me fusiono en otro charco. Quédate, pues si lo vas alcanzando. Yo jamás pude ni tampoco supe, pues se cayeron en pedazos las escaleras, todas y cada una de ellas, las que supuestamente me hubiesen llevado a tu letargo ya asesinado.