Mi amor

Te observé detenidamente, te veías muy hermoso. Tus facciones oscurecidas o iluminadas en la noche, dependiendo de la luz de la luna. Eras perfecto. Con aquella mirada tuya perdida en el horizonte de la ciudad iluminada. Y, luego, tu rostro resplandeció de curiosidad. “¿Por qué hay más luces rojas en un lado que otro?” Preguntaste. Yo iba fotografiando mentalmente cada retrato de ti. Pequeños movimientos imperceptibles a los ojos de la gente pero perceptibles para mí. Tu belleza, en aquella perspectiva, alcanzaba lo supremo. Eras, ni más ni menos, un ser, un humano, una persona pero con una diferencia; que eras hermoso por fuera y por dentro.

Tu sabiduría, tu lealtad, tu confianza y tu amor por los demás, y por mí. Eras distinto, en el buen sentido. Eras honesto y divino; una divinidad del cielo, del planeta, del Universo.

Estaba enamorada de ti, y con la ventaja de que no te ponía en un altar. No te idolatraba. Porque me enseñaste cómo eras realmente desde un principio. Tanto lo bonito como lo oscuro.


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